En España se recurre a la facilidad con la que se venden las rosquillas para asegurar el éxito comercial. Terol, con gran habilidad, reflexiona sobre esta cuestión.
¿Quién de ustedes ha comprado rosquillas hoy? ¿Ayer? ¿La semana pasada? La rosquilla es uno de los productos más difíciles de vender, no es atractivo. De hecho, solamente te gustan las que hacen tu madre o tu abuela, las que venden son incomibles.
En los bares y sitios de hostelería suelen estar en unos tarros grandes de cristal que dan más miedo que otra cosa. Nunca he visto una cola para comprar rosquillas, ni gente pidiéndolas con pasión. La rosquilla es el último recuso de la bollería, para comerte una, tiene que haberte fallado el croissant, las galletas, la palmera, los bollos, los ochos, los pastelitos Martínez, etc.
No conozco a nadie que se halla hecho rico vendiendo rosquillas ,-roscos, sí-. Fíjense si es difícil vender este producto, que se necesita un día al año, el día de San Blas, tres de febrero, para poder endosarlas, y tienen que estar bendecidas, si no, ni se venden.
A mi me ponen una bomba de nata delante, por poner un ejemplo, y aunque me digan que está maldecida por Belcebú, me la como. Conozco personas que se meten la caja de seis Donuts en una sentada; no he visto comer nunca más de dos rosquillas a nadie. No hay una hora del día apropiada para comerlas; ni son postre, ni merienda, ni nada. La única utilidad que se le conoce a la rosquilla es la de mordedor natural para los bebés que están echando dientes. Te rescatan de un naufragio, te sacan un café con rosquillas y te vuelves a tirar al agua de cabeza.